Los expertos coinciden en señalar que la carencia de vocaciones en el ámbito de las ingenierías obedece, al menos en parte, a un fenómeno más general que afecta no sólo a Cataluña y al resto de España, sino que también se da en la mayoría de los países europeos y en los Estados Unidos. Según aseguran estos expertos, en nuestro país habría dos motivos fundamentales que abonarían esta tendencia generalizada a la que acabo de referirme: de una parte los efectos del “estado del bienestar” que comportaría que un amplio sector del estudiantado prefiriese optar por estudios menos exigentes que los relacionados con las ingenierías. De la otra, la escasa presencia que los estudios técnicos y tecnológicos encuentran en la enseñanza secundaria que, además, dispone de un profesorado muy poco tecnológico. Es decir, un profesorado formado mayoritariamente en ámbitos relacionados con las ciencias sociales y las humanidades y no con las tecnologías.

Si seguimos recorriendo este camino para identificar posibles causas susceptibles de “justificar” la falta de vocaciones científicas, llegaríamos a otra conclusión; una conclusión, en este caso, en la que los expertos no inciden en demasía y que apuntaría hacia el hecho de que el problema de la carencia de vocaciones tecnológicas no empezaría en el bachillerato sino en la etapa de la ESO en que las materias científicas clásicas disponen de un peso específico limitado. Para corregir esta tendencia sería preciso buscar fórmulas imaginativas con el fin que el estudiantado finalizase esta etapa escolar con una base de conocimientos y de motivación científica y matemática más sólida y que, en especial, los alumnos percibieran que el ámbito científico constituye una posibilidad no desechable para su futura carrera personal y profesional.

Y todo ello en medio de un panorama en el que las vocaciones tecnológicas femeninas –una población que dicho sea de paso es mayoría en el conjunto del sistema universitario catalán— escasean. Y no sólo por los motivos ya expuestos, sino que también por otros que tendrían que ver con estereotipos culturales y sociales al uso que alejarían alejan aún más a las mujeres de una posible elección o apuesta para cursar estudios científicos y, muy especialmente tecnológicos.

En fin. Llegados a este punto puede decirse que en la falta de vocaciones científicas en general, y tecnológicas en particular, inciden múltiples aspectos, tales como los hasta aquí señalados y a los que deberíamos añadir la circunstancia de que nuestra sociedad no acaba  de percibir que en el mundo en el que vivimos –cada vez más globalitzado y cada vez más motivado por las cuestiones medioambientales–, requiere y requerirá de personas expertas capaces de dar soluciones a problemas que ya tenemos planteados o que asoman en el horizonte. Me refiero al desarrollo de las energías limpias, de las tecnologías de la salud y medioambientales, movilidad, sostenibilidad… La falta de persones debidamente preparadas para desempeñar su actividad profesional en éstos y en otros campos científicos, conllevará sin duda una pérdida de oportunidades por parte de las industrias y, en general, de nuestro tejido productivo consecuencia de las dificultades que las empresas tendrán por el simple hecho de no disponer de conocimiento suficiente para innovar o desarrollarse, ya sea por la falta de contenidos en procesos de transferencia de resultados de la investigación, ya sea por la carencia de profesionales suficientemente preparados y motivados para liderar procesos de innovación y de cambio.

La conclusión: No podemos permitirnos por más tiempo el lujo de no estimular  vocaciones científicas y tecnológicas. En ello nos va nuestro futuro y el de las generaciones venideras.

Publicat a Tecnonews, número 132 de 24 de març de 2010